Dubái, ha sido morada de intrépidos
comerciantes desde tiempos ancestrales, la cueva de Alibaba y como alguno de
los orígenes persas que su nombre indican, “cosa que fluye”.
Es una ciudad bañada por las cálidas
aguas del Golfo Pérsico e integrante de la federación conformada por Abu
Dhabi, Ajman, Dubai, Fujairah, Ras al-Khaimah, Sharjah, y Umm
al-Quwain (UAE), la cual podría definirse como el paraíso del exceso. Una orgia
de construcciones babilónicas pueblan el desierto de Arabia, al más viejo y puro
estilo de Nevada, ciudades surgidas en medio de la más absoluta desolación, cuyos
cimientos reposan en burbujas efímeras.
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Los abras son un sistema tradicional de transporte entre Deira y Bur Dubái. |
El oro negro que corre por el subsuelo
de los Emiratos, a diferencia de otras monarquías dentro de la confederación, no
baña las cuentas privadas de la Monarquía Absoluta y sus adyacentes secuaces
establecidos en Dubái. Sagazmente, su lugar fue ocupado durante décadas, por la
política de crecimiento conocida como “el Ladrillazo”, creo que a algunos os
suena este término, ¡pues bien! vaya novedad también para ellos, este sector está
en pleno proceso de auto flagelación, d-construyendo todo a su paso.
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Burj Khalifa, 828 m de altura |
La habitación en la que me encuentro está situada en una zona extremadamente futurista, espeluznantemente inhumana. Apesta a sociedad elitista; yates, clubs de golf, hoteles de siete estrellas, islas artificiales, mega centros comerciales… Estos son, sin duda, los pilares que sostienen las catedrales del consumo, las cuales de manera aparentemente inevitable, se han convertido hoy día, en nuestra iglesia verdadera. Lugares donde el consumismo desenfrenado ejerce su ley a modo de religión.
Ya en la calle, con la intención de desvelar el reverso de la
moneda, rápidamente descubro que no son muchos los valerosos que se lanzan a
conocerla desde sus entrañas. A cada paso que doy, percibo de manera más
intensa y evidente, la esencia de todos los ingredientes que conforman el pútrido coctel de la codicia y la
contradicción. Sociedad en la que solo por herencia, uno puede abrirse paso
entre las grietas de las babélicas torres que allí anidan. Donde conviven mujeres
envueltas dentro de sus delicados Burkas, acarreando raudales de bolsas anunciando
a las marcas más exclusivas, junto a una clase humilde-trabajadora, formada por emigrantes de numerosos origines, habitantes de los apretujados ghettos, cuyas existencias
están sometidas a las cuotidianas inclemencias déspotas de la violación de sus
derechos más fundamentales.
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Barrio obrero, Dubai Creek |
De modo resumido como una mujer
me indica en tono profético, dentro del vagón de metro: “Tu no deberías estar aquí”
tardo veinte segundos en reaccionar ante tal sugerencia y otros veinte más en
entender que me está indicando la dirección hacia el vagón contiguo, ya que, en Emiratos está prohibido y penado
por ley el hecho de compartir, el tedioso tramite de punto A a punto B, junto a sujetos del sexo opuesto. Un gigantesco
entramado de segregación.
Abrumado y
apesadumbrado me dirijo a la sección a la que estoy asignado, hago mis maletas
y me voy de esta ciudad.
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Playa en el Golfo Pérsico |